El geocentrismo en las Sagradas Escrituras.
A pesar de lo que decía Galileo, no hay ningún pasaje bíblico apoyando la hipótesis heliocéntrica, por el contrario se apuntan varios cientos a favor de la geocéntrica. Galileo utilizaba a su favor el pasaje de Josué mandando detenerse al sol en Gabaón (Jos 10,12-14) , pero los argumentos que aporta son de muy poco peso. Más claro no puede estar narrado: “Y el sol y la luna se detuvieron…” (Jos 10,13); una frase que no procede de Josué sino del Espíritu Santo. La afirmación es muy precisa ya que menciona, no sólo la detención del sol, sino la de la luna, que cumple la función de marcador referente, como un reloj parado indicando que se ha detenido el tiempo astronómico. Si Dios no dijera aquí la pura verdad muy bien se le podría acusar de ‘mentiroso’. El Magisterio dice: «… y está tan lejano de ser posible que cualquier error pueda coexistir con la inspiración, ya que la inspiración no sólo es esencialmente incompatible con el error, sino que lo excluye y lo rechaza tan absolutamente y necesariamente como es imposible que Dios mismo, la suprema Verdad, pueda pronunciar aquello que no es verdad» (León XIII en Providentissimus Deus 1893). La doctora en teología Paula Haigh afirma: «Quien mantiene que un error es posible en un pasaje auténtico de las Sagradas Escrituras está pervirtiendo la noción católica de inspiración, o bien está haciendo a Dios el responsable de ese error».
Entre los versículos más explícitos reafirmando el geocentrismo citemos también:
* “Pusiste la Tierra sobre sus bases para que ya nunca se mueva de su lugar” (Sal 104, 5).
* “Dios la afirmó (a la Tierra) para que no se mueva jamás” (Sal 93,1), (I Cr 16,30). “El Señor afirmó la Tierra, para que no se mueva” (Sal 96,10b).
* “Dios extendió el norte (el firmamento) sobre el vacío y colgó la tierra sobre la nada” (Job 26,7).
* “Una generación se va y la otra viene, y la tierra siempre permanece. Sale el sol, y se oculta, y vuelve pronto a su lugar para volver a salir. Sopla el viento hacia el sur y gira luego hacia el norte; dando vueltas y vueltas, y retorna sobre su curso” (Eclesiastés 1,4-6).
Este último es especialmente esclarecedor del geocentrismo, pues habla con una gran profusión de datos sobre la situación de reposo permanente de la tierra, así como del movimiento diurno del sol. Otro versículo que fue discutido en el primer proceso de Galileo es el siguiente:
* “Nace el sol por un extremo del cielo, y avanza por su circuito1 hasta llegar al otro extremo, sin que nada escape de su calor” (Sal 19,6).
La afirmación inspirada de (Sal 19,6) es de suprema importancia, pues conecta dos hechos científicos asociados al sol: (a) su movimiento circulatorio hasta completar una vuelta, y (b) su calor radiante por allí donde circula. Los exégetas siempre han dicho que habría una gran incongruencia en este pasaje si el Espíritu Santo hablara metafóricamente del primer hecho y literalmente del segundo, pues es un hecho indiscutible que el sol irradia energía a lo largo de su trayectoria.
El geocentrismo para los Padres y Doctores de la Iglesia.
En ningún momento los Padres mencionan que el sol sea el centro del universo, y tampoco mencionan que el sol se halle inmóvil. Por el contrario todos coinciden en decir que la Tierra es el centro del universo, así como que la tierra se mueve y su existencia es anterior a la del sol. Unos ejemplos de ello:
“Mira primero el firmamento del cielo, que fue creado antes que el sol. Mira la tierra, que comenzó a ser visible y ordenada antes que el sol iniciara su curso.” (San Ambrosio, “Los seis días de la creación” 4,1).
“Hay investigadores de la naturaleza que con grandes discursos dan razones para la inmovilidad de la tierra… no sin razón o por casualidad la tierra ocupa el centro del universo, su lugar natural. Por necesidad está obligada a permanecer en su sitio, a menos que un movimiento contrario a la naturaleza llegará a desplazarla de él”. (San Basilio, “Nueve homilías sobre el Hexameron”)
“La noche acontece cuando el sol está bajo la Tierra, y la duración de la noche es el viaje del sol bajo la Tierra desde su puesta hasta su salida”. (San Juan Damasceno, “La fe ortodoxa”).
Al igual que los Padres de la Iglesia, todos los teólogos ortodoxos y doctores de la Iglesia han mantenido con firmeza la posición preponderante de la tierra en el firmamento y el movimiento real del sol, no concediendo ninguna posibilidad al sentido metafórico o simbólico de este movimiento solar. Así por ejemplo el cardenal Roberto Belarmino, santo y Doctor de la Iglesia (además fue profesor de Astronomía, entre otras en la Universidad de Lovaina), dejó escrito en una memorable carta del 12 de Abril de 1615:
« Decir que asumiendo que la tierra se moviera y el sol permaneciera fijo, las apariencias son salvadas mejor que con excéntricas y epiciclos, es hablar bien; no hay ningún peligro en esto y ello es suficiente para los matemáticos. Pero querer afirmar que el sol realmente está fijo en el centro de los cielos y únicamente revoluciona alrededor de sí (girando a través de su eje) sin viajar de este a oeste, y que la tierra está situada en la tercera esfera y revoluciona con gran velocidad en torno al sol, es una cosa peligrosa, no sólo por irritar a todos los filósofos y teólogos escolásticos, sino también por injuriar nuestra Santa Fe y suponer falsas las Sagradas Escrituras. Su Reverencia ha demostrado muchas formas de explicar la Sagrada Escritura, pero no las ha aplicado en particular, y sin duda usted lo habría encontrado eso más difícil si hubiera intentado explicar cada uno de los pasajes que usted mismo ha citado».2
El geocentrismo en las Revelaciones Privadas.
- Las revelaciones del Señor a santa Hildegarda de Bingen.
Dios parece haber escogido a una mujer del medio de Europa, nacida en la Edad Media, para darle revelaciones dirigidas a todos los hombres para todos los tiempos. Particularmente importantes para nuestros tiempos son las revelaciones científicas, cuando los cristianos europeos han perdido ya la confianza en la inerrancia de la Biblia, y los científicos han optado irresponsablemente por la total ruptura entre la ciencia y la teología natural, y han abominado de la filosofía escolástica. Entre las revelaciones que recibió santa Hildegarda3 están los más sorprendentes tratados de cosmología jamás narrados, descritos con todo lujo de detalles, con sencillez pero dando respuestas a cuestiones que incluso la ciencia moderna se ha visto incapaz de dar soluciones.
Por ejemplo, en su obra “Liber divinorum operum” (1163-1174), Hildegarda aporta explicaciones sobre el origen de la gravedad, algo que no han logrado hacer los científicos en la total historia de la ciencia. También explica la naturaleza del espacio exterior y sus implicaciones, y explica la mecánica del movimiento solar y el sistema planetario desde una perspectiva tychonica, tal como la que defendemos nosotros aquí. Y lo hace más de 400 años antes que Tycho Brahe estableciera este sistema en completa oposición al sistema de Galileo. De acuerdo a las visiones de santa Hildegarda, la Tierra se encuentra inmóvil en el centro del universo, sirviendo como centro de los cuatro puntos cardinales del cosmos. Un universo que es finito y esférico. Sus visiones dejan perfectamente claro que todo el firmamento rota alrededor de la Tierra estática. Rodeando a la Tierra hay seis capas de diverso espesor compuestas de fuego, agua o aire4. Las dos capas más externas están formadas por fuego (plasma). Justo debajo de estas dos aparece una banda de éter. Puede verse en los gráficos que hemos preparado (Figura 14 a-b) el origen de las estaciones según estas revelaciones: el sol participa del movimiento rotacional de todo el firmamento, salvo que una corriente contraria del fluido éter le hace retroceder casi un grado al día, y otra corriente transversal le produce un giro de ascenso-descenso. Algunos escépticos acusaron a la abadesa de Bingen ante el Santo Oficio de estar poseída diabólicamente. Mientras la comisión nombrada por el papa Eugenio III (1145-1153) investigaba el caso Santa Hildegarda fue exorcizada preventivamente. Finalmente, el veredicto dictado por el obispo de Mainz, Monseñor Heinrich, fue que sus visiones tenían origen divino. ¿Ha sido revocada la condena de Galileo?
Durante el pontificado de Urbano VIII, en 1633, ante el Tribunal de la Inquisición, Galileo fue acusado y hecho abjurar –no por enseñar ciencia incorrecta- sino por sospechoso de herejía. Todos los libros afirmando que la Tierra se mueve fueron colocados en el Índice. En 1664, el Papa Alejandro VII sacó la bula Speculatores Domus Israel en la que fijaba un nuevo Índice condenando todos los libros “que enseñasen de cualquier modo el heliocentrismo”.
Poco después del Concilio Vaticano I de 1870, en el que se definió la infalibilidad del Papa, y a consecuencia del gran debate surgido por esa causa, un reverendo anglicano inglés, P. William Roberts, que erróneamente creía que el heliocentrismo había sido probado científicamente, realizó un laborioso trabajo5 recopilando los antiguos decretos de la Iglesia de Roma contra el heliocentrismo. Su objetivo era probar que los papas habían caído en el error cuando hablaban “ex cathedra”, paradójicamente su trabajo probando que los decretos papales habían mantenido invariable la condena del heliocentrismo, a pesar de toda presión externa e incluso interna, es ahora considerada por algunos como una excelente prueba de la infalibilidad papal, y ha supuesto para algunos protestantes geocentristas el motivo principal de su conversión a la Iglesia Católica de Roma.
Como ya hemos visto, el heliocentrismo no pudo ser probado científicamente (¡no es posible hacerlo!), a pesar de los grandes esfuerzos que desde 1887 se hicieron con los experimentos del tipo Michelson-Morley, sin embargo, quizás porque Galileo inicialmente afirmó que él lo había observado con su novedoso telescopio en el sistema de Júpiter y sus satélites (era una prueba incorrecta), o porque algunos clamaron erróneamente que los principios matemáticos de Isaac Newton lo probaban de manera formal, a pesar de todos los decretos condenatorios, esta herejía pronto se extendió por todas las universidades católicas y quedó fuera de control. En ello también influyó notoriamente la ansiedad de los protestantes por probar como fuera que los decretos papales de Roma eran falibles. Así llegó el convulso siglo XX con sus teorías científicas alienantes, como la Relatividad, el espacio-tiempo curvado, el Big Bang, los agujeros negros… que llevaron a la ruptura aparentemente definitiva entre la ciencia y la teología. Como dice Robert Sungenis6, a los apologetas de la Iglesia de este siglo sólo les quedaron dos opciones:
a) Aceptar las afirmaciones de los poderosos científicos, reafirmando la postura de Copérnico, “la tierra no es un lugar privilegiado”, y entonces tener que dar intrincadas explicaciones para seguir manteniendo que el Espíritu Santo guía a la Iglesia”.
b) Mantenerse firmes en la certidumbre que el Espíritu Santo guía a la Iglesia, y por tanto concluir que el geocentrismo es una verdad, pese a las presiones fortísimas de los científicos y de quienes les apoyan.
Tristemente, la mayoría de apologetas optaron por la primera postura, y en su postura ultramontana retorcieron la doctrina de la Iglesia. Durante la primera parte del siglo XX, los papas aún no vieron la necesidad de estudiar este asunto. Pero al final del siglo XX, Karol Wojtyla, que tenía una gran formación en filosofía personalista, pero creía que el geocentrismo estaba científicamente refutado, consideró que había llegado el momento de tratarlo en serio, y en 1979 expresó su deseo de tener un amplio estudio del “caso Galileo”. En 1981 organizó una comisión para hacerlo, con miembros de la PAS como participantes preferentes, por lo que es pertinente conocer un poco la estructura de la PAS.
La Pontificia Academia de Sciencias (PAS) es la heredera de la Academia dei Lincei (Academia de Ciencias de Roma) establecida en 1603 por el pontífice Clemente VIII. Finalmente en 1936, Pío XI la reestructuró en su forma y nombre actual. Se describe la PAS como una fuente de información científica objetiva puesta al servicio de la Santa Sede y de la comunidad científica internacional. Los candidatos a ser miembros de ella son elegidos por la propia Academia y son nombrados por acto soberano del Santo Padre, y su pertenencia a la PAS es de por vida. Actualmente hay unos 90 miembros, 30 de los cuales han obtenido el Premio Nobel en sus respectivas especialidades. Lo novedoso del PAS del siglo XX y XXI, algo impensable en otras épocas, es que muchos de sus miembros no sienten ningún compromiso con el Cristianismo, y muchos de ellos se declaran y actúan como ateos o agnósticos. Tenemos claros ejemplos de ello en Stephen Hawking o en Paul Davies, que incluso alardean de ateísmo en sus obras divulgativas. En realidad, en los trabajos cosmológicos de la Academia hay una fuerte tendencia a adherirse a posturas contrarias a las enseñanzas oficiales de la Iglesia Católica7.
Respondiendo a una cuestión que le hicieron sobre la PAS, el Arzobispo Monseñor Luigi Barbarito, Nuncio Apostólico Emérito de Gran Bretaña, comentó: «Sobre este cuerpo yo diría que no tiene autoridad en materia de fe y de doctrina, y expresa únicamente las vistas de sus propios miembros que pertenecen a creencias de diversas religiones».
El 31 de Octubre 19928, después de recibir las conclusiones del larguísimo estudio de la comisión presidida por el Cardenal Paul Poupard, el papa Juan Pablo II dio un breve discurso ante la PAS. A pesar que se trataba de una sesión privada entre el papa y la Academia científica, toda la atención mundial pareció confluir allí ese día para escuchar el “mea culpa”de la Iglesia, que, por supuesto, no llegó. Las conclusiones del estudio que presentó el Cardenal Poupard -como era de prever- fueron muy condescendientes con la postura de Galileo y, en cambio, extremadamente críticas con la de los teólogos de la Iglesia. Luego le tocó el turno al Papa. En su breve discurso9, Juan Pablo II no aportó nada –oficialmente- nuevo sobre el caso, lo cual dejó muy contrariados a más de un miembro de la comisión, y probablemente también a los representantes de los medios informativos. El papa Juan Pablo II, a pesar de la neta carga heliocentrista que tenía que soportar mediante algunos díscolos miembros de la PAS, hizo un breve y discreto discurso con motivo de la presentación de las conclusiones por parte de la comisión encargada del estudio del ‘caso Galileo’. La mejor prueba de ello es el disgusto y enfado que se llevaron algunos miembros de esta comisión al escuchar este discurso ‘light’. Así por ejemplo, P. George Coyne, que fue miembro de esta comisión, lo catalogó en un escrito como un “intento de disipar el caso Galileo”10, allí se lamentaba de que no apareciera en él ninguna mención al Santo Oficio, ni del mandato judicial de 1616 a Galileo, ni de la abjuración que se le ordenó, ni de la mención a los papas Paulo V ó Urbano VIII. En lo último, añadimos nosotros, el Espíritu Santo sí estaba actuando, y allí no hubo bula, ni encíclica, ni decreto, ni abrogación, ni derogación. Después de más de diez años de extenso trabajo de la comisión, el único resultado fue ese breve discurso –sin ningún compromiso- dirigido a un pequeño cuerpo de especialistas, y totalmente exento de retractaciones o levantamientos de la condena de Galileo, y por supuesto, Juan Pablo II no tuvo necesidad de pedir perdón de errores suyos ni de sus predecesores en materia de hermenéutica bíblica, errores que no se dieron factualmente.
A pesar de todo ello, fueron muchos los titulares de los medios de información que distorsionaron completamente el sentido del discurso: «Juan Pablo II reconoce el error que cometió la Iglesia con Galileo y pide perdón por ello». «El Vaticano rehabilita a Galileo»… Afirmaciones absolutamente tendenciosas. En estos titulares subyace el sueño ‘laicista’ de mostrar a un Pontífice de la Iglesia Católica errando en una sentencia o declarando que otros Pontífices erraron en el pasado. Vamos a finalizar haciendo un repaso de algunos puntos de ese discurso9.
Karol Wojtyla, que, como todo europeo del siglo XX, fue educado como si el geocentrismo hubiese sido apartado definitivamente de la ciencia, creía erróneamente en el movimiento de la tierra. La misión de la Pontificia Academia de Ciencias era indicar al Papa que no hay ninguna prueba irrefutable que confirme ese movimiento. Quizás algún miembro de ella debería pedir perdón a la Iglesia por no haber informado al Papa sobre el estado actual de la ciencia, como era su deber. Aún así, en ninguna parte de su discurso Juan Pablo II rehabilita a Galileo –que por cierto había ya abjurado12 irrevocablemente de su antigua opinión favorable al heliocentrismo. Juan Pablo II hizo lo que pudo por desentrañar los oscuros aspectos de ese caso.
- «Una doble cuestión hay en el núcleo del debate de Galileo. La primera es de orden epistemológico y concierne a la hermenéutica bíblica…Galileo no hacía distinciones entre el enfoque científico al fenómeno natural, y lo que generalmente pide hacer este enfoque es una reflexión en el orden filosófico. Ésta es la razón por la que él rechazó la sugerencia que se le hizo de presentar el sistema de Copérnico como una hipótesis, en la medida que éste no había sido confirmado por alguna prueba irrefutable. (Discurso jp-ii, spe_19921031, accademia-scienze n.5)
Juan Pablo II reafirma aquí la correcta actuación del Tribunal del Santo Oficio al reconocer implícitamente que, sin una prueba irrefutable, la Iglesia no estaba obligada a aceptar el heliocentrismo. Como corolario puede afirmarse que tampoco lo está ahora, pues sigue sin haber una prueba irrefutable. Nadie la ha presentado hasta la fecha actual.
- «…la representación geocéntrica del mundo era comúnmente admitida en la cultura de aquel tiempo como completamente de acuerdo con las enseñanzas de la Biblia, de las que ciertas expresiones tomadas literalmente parecían afirmar el geocentrismo».(Discurso jp-ii, spe_19921031, accademia-scienze n.5)
Juan Pablo II admite que el sentido literal de la Biblia parece conducir al geocentrismo, y es que –recordamos nosotros- una nota distintiva de la Iglesia Católica, al menos durante los primeros 17 siglos, ha sido la defensa del sentido literal de la Biblia. Entre las reglas de la hermenéutica bíblica que indica León XIII en “Providentissemus Deus” (1893), está la ‘regla de S. Agustín’: «No apartarse del sentido literal y obvio, a no ser que alguna razón la haga indefendible o la necesidad lo requiera». En el caso del geocentrismo no aparece ninguna razón para apartarse del sentido literal.
Siguiendo con el discurso, Juan Pablo II dice a los miembros de la PAS:
- «El propósito de vuestra Academia es precisamente discernir y hacer conocer, en el presente estado de la ciencia y dentro de sus propios límites, lo que puede ser contemplado como una verdad adquirida o al menos disfrutando de tal grado de probabilidad que sería imprudente y fuera de lo razonable rechazarla». (Discurso jp-ii, spe_19921031, accademia-scienze n.13)
Aquí Juan Pablo II recuerda los cometidos de la Academia de hacer conocer las certezas o hechos irrefutables en el presente estado de la ciencia. La expresión “dentro de sus propios límites” parece referirse a los límites tolerados por el Magisterio y las enseñanzas ya declaradas verdad por la Tradición de la Iglesia.
El aspecto más polémico de este discurso es la mención a los ‘teólogos’ del tiempo de Galileo, pero sin mencionar específicamente a ninguno en particular:
- «Así, la nueva ciencia, con sus métodos y la libertad de investigación que esto implicaba, obligaba a los teólogos a examinar sus criterios de interpretación escrituristica. La mayoría de ellos no sabían cómo hacerlo». (Discurso jp-ii, spe_19921031, accademia-scienze n.5)
- «La mayoría de teólogos no percibían la distinción formal entre la santa Escritura y su interpretación, lo cual les llevaba a transponer indebidamente al dominio de la doctrina de la fe una cuestión relativa a la investigación científica». (Discurso jp-ii, spe_19921031, accademia-scienze n.9).
El doctor en Teología, Robert Sungenis, indica: «No hay razones para dudar de la capacidad interpretativa de los teólogos del siglo XVII, en realidad la mayoría de ellos eran exegetas muy experimentados, y prueba de ello es que fueron capaces de detener la rebelión Protestante que ocurrió prácticamente en el mismo tiempo. ¿Cómo podrían ellos haber sido tan astutos contra la teología protestante y tan obtusos contra la teología de Galileo?. Varios de estos teólogos intervinieron en el Concilio de Trento, disponiéndolo con tal claridad que no permitía ninguna desviación del consenso de los Padres en cuanto a la interpretación bíblica». Por el contrario, la interpretación que hace Galileo de los pasajes bíblicos es burda e ingenua (por ejemplo su interpretación de Jos 10,12-14) .
Otro punto polémico es que la comisión parece creer que el caso Galileo “está cerrado” desde 1820 a favor del copernicanismo de Galileo, y entonces no serían pertinentes discusiones posteriores.
- «El Cardenal Poupard igualmente nos recordó cómo la sentencia de 1633 no era irreformable y cómo el debate, que no ha cesado de evolucionar, se cerró en 1820 con el imprimatur de la obra del canon Settele». (Discurso jp-ii, spe_19921031, accademia-scienze n.9, Párrafo 3).
Respecto a la primera afirmación, técnicamente el Cardenal Poupard tendría razón, pues en la sentencia de 1633 no quedó escrito explícitamente su carácter irreformable13, sin embargo, según Lumen Gentium 25, se debe hacer suyo con religiosa sumisión de la voluntad y el entendimiento… especialmente el Magisterio del Romano Pontifice, aun cuando no hable ‘ex cathedra’, reconociendo con reverencia su magisterio supremo y con sinceridad se haga suyo el parecer expresado por él, según el deseo expresado por él mismo según su manifiesta mente y voluntad, que se colige principalmente ya sea por la índole de los documentos(1), ya sea por la frecuente proposición de la misma doctrina(2), ya sea por la forma de decirlo(3). En el caso de condena del heliocentrismo el carácter de supremo magisterio se aprecia en: (1) su extremada importancia, “proteger a las Escrituras de interpretaciones falsas” y “proteger a los cristianos de enseñanzas indebidas”; (2) los documentos eclesiales sobre este asunto se extendieron por 50 años, 1616-1665, el número de documentos manejados supera los 7000; (3) atendiendo a la sentencia sobre el heliocentrismo, puede observarse que la forma de expresarla es categórica: “formalmente herética” y “errónea en la fe”.
Respecto a la segunda afirmación, debe notarse que quien dice que el caso Galileo quedó cerrado con el canon Settele, no es Juan Pablo II, sino la comisión a través de su portavoz, el Cardenal Poupard. Tal afirmación es errónea. En dicho canon se permitió en 1822 al astrónomo Settele publicar un libro, Elementos de Óptica y Astronomía, en el que mantenía el copernicanismo como ‘tesis’ (opinión personal a ser sopesada en vista a su posible validez). El Santo Oficio concedió el Imprimatur a ese libro en el que se trataba la movilidad de la tierra y la inmovilidad del sol de acuerdo a “la común opinión de los astrónomos modernos”. La Iglesia seguía en 1822 considerando el copernicanismo como una mera ‘opinión’ y no como un hecho científico, independientemente del número creciente de astrónomos que se iban adhiriendo a esa opinión. Así, los libros de Galileo, Kepler y Newton siguieron manteniéndose en el Índice de Libros Prohibidos. El Dr Sungenis dice que un imprimatur es de un nivel de autoridad inferior a la sentencia de Urbano VIII en 1633, y por tanto no cerraba el caso; para hacerlo sería necesario que un papa o concilio sacara un decreto infalible y declarase oficialmente no volver a escuchar más debate sobre el tema. Un ejemplo de tal caso se dio en el pasado con el tema del canon de la Escritura, fue el concilio de Trento con un decreto formal infalible indicando que todo debate sobre el tema debía cesar. Así fue.
- «El error de los teólogos de entonces, cuando sostenían la centralidad de la tierra, era pensar que nuestro conocimiento de la estructura del mundo físico estaba, en cierta manera, impuesta por el sentido literal de la Santa Escritura. Recordemos la famosa frase atribuida a Baronio: : «Spiritui Sancto mentem fuisse nos docere quomodo ad coelum eatur, non quomodo coelum gradiatur». En realidad, la Escritura no se ocupa de detalles del mundo físico, donde el conocimiento es confiado a la experiencia y al razonamiento de los hombres». (Discurso jp-ii, spe_19921031, accademia-scienze n.12).
Juan Pablo II pensaba que el geocentrismo había sido probado falso con pruebas científicas irrefutables, y según parece, los científicos de la PAS contribuyeron a mantenerle en ese error personal. Sin embargo, al tener pleno conocimiento que las actuaciones de San Roberto Belarmino y de los pontífices que habían sentenciado a Galileo no podían ser erróneas, hubo de atribuir el error a losteólogos impersonales de entonces, algo que indirectamente recae en la hermenéutica del propio Belarmino, como eminente teólogo, y consecuentemente en los papas posteriores que confiaron en la hermenéutica del cardenal Belarmino. Conclusión: una falsedad (mantener que la Inquisición erró en la sentencia contra Galileo) ha llevado a una distorsión de la realidad (señalar unosresponsables del inexistente ‘error’). Otro aspecto que deberían analizar los teólogos actuales es la relación entre el heliocentrismo y la desconfianza en la inerrancia de la Biblia. En esta sección del discurso, se alude a una frase atribuida a Baronio, “El Espíritu Santo nos dice cómo ir a los cielos, y no cómo van los cielos”. Una frase, que no es ninguna afirmación magisterial, sino un dichoinespecífico –una opinión particular en todo caso- con el que se intenta justificar la actitud de Galileo en oposición al de los teólogos de su tiempo. De aquí algunos han sacado la regla no escrita que no debe tomarse el sentido literal cuando la Biblia (el Espíritu Santo) afirma realidades físicas. Cuando lo cierto es que la interpretación literal de la Biblia, ininterrumpida durante los dieciséis y pico primeros siglos, ha dado a la Iglesia doctrinas tan cruciales como la Regeneración Bautismal, cuando Jesús dice: «quien no renaciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios» (Jn 3,5); o la de la Presencia de Cristo en la Eucaristía, por la literalidad de las palabras de Jesús (Mt 26,26): «Esto es mi cuerpo». Según la opinión del teólogo Fr. Raymond Brown11, parece que la fe en la veracidad y en la inerrancia de la Biblia comenzó a cambiar en el siglo XVII para dar cabida al heliocentrismo, cuando éste se coló en las universidades católicas.
Juan Carlos Gorostizaga
Profesor de Matemática Aplicada
Asociación de Docentes Santo Tomás de Aquino
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